Llega el inicio del curso y con él un cambio de etapa más grande que el mismísimo mes de enero.
Todo el mundo se pone a hacer listas, a rellenar post it con las tareas pendientes y las ideas bullen en las cabezas y en las tripas de las personas. Nuestros ojos se han cargado de los paisajes estivales, nuestro cerebro ha hecho el hueco necesario, limpiando la caché que nos agotaba tanto arrastrar en junio. Estamos de nuevo en la línea de salida.
En el Rincón Lento, un pequeño proyecto de transformación social de Guadalajara, también sentimos ese pálpito, esa llamada a la acción que tiene el arranque del curso, y que, desde hace ya quince años, hacemos en colectivo, al amor del brasero de lo común.
Si pudierais mirar por un agujerillo, veríais cómo se llena la tienda con los colores de las frutas y verduras de temporada, pintando bodegones en cada compra sobre el mostrador. Veríais el fluir de cajas y pedidos de libros, llenando los estantes de historias nuevas, ésas que hablan de otros mundos posibles. Contemplaríais el ir y venir de las artesanas, colocando sus escaparates con alegría. Escucharíais el jolgorio de niñas y niños jugando en cada rincón del local, mientras algún perro duerme la siesta, perezoso y paciente. Comprobaríais que una vez más, la propuesta de actividades semanal en este ecosistema lento -teatro, yoga, biodanza, bebeteca, creatividad, clubes de lectura, encuadernación, escritura creativa…- va llenando sus sesiones y el apretado horario de nuestras salas.
El otoño es un tiempo lleno de generosidad en la huerta, tiempo de recolección de manzanas, calabazas, de las primeras mandarinas. Es un tiempo generoso también en los afectos. Nos alegramos de reencontrarnos, de trazar nuevos proyectos. Buscamos las formas de pensar juntas delante de un café, de vernos, de poner en común lo que se nos ocurrió mientras las horas del verano caían despacio sobre nosotras.
El otoño explota además en un sinfín de propuestas culturales que se sembraron mucho antes, y que recogen ahora los frutos del trabajo de asociaciones y profesionales que nutren una programación diversa, creativa, llena de posibilidades de crecimiento y pensamiento crítico. Comenzamos además a recibir a los centros educativos, que vienen a hacer talleres de sensibilización en consumo responsable y educación ambiental desde el disfrute y el juego.
Si pudierais volver a la mirilla imaginaria de nuestra puerta, veríais al corro de esparto reunirse en el sótano como cada martes, los cestos llenos de fibras que mojan poco a poco en un barreño.
Eso que no se ve, y que pasa cuando las personas se juntan a hacer tareas con las manos, dejando que la mente libere y comparta, es un material sensible, valioso. Flexible como el esparto, es la comunidad enredándose y reconociéndose en la persona que tienes al lado.
Cuando hablamos con gente de la red, que comparte la misma base de valores y objetivos de la economía social y solidaria, nos fortalecemos; sabiendo que, en cada municipio, en cada ciudad de la región, hay pequeños faros iluminando un camino común. La utopía, nuestros ideales como un haz de luz que nos ilumina a lo largo del año. Los espacios colectivos donde la gente se encuentra para hacer barrio. La utopía como faro, en esta tierra sin mar.
Ana Ongil Escribano (Trabajadora de El Rincón Lento)
Llega el inicio del curso y con él un cambio de etapa más grande que el mismísimo mes de enero.
Todo el mundo se pone a hacer listas, a rellenar post it con las tareas pendientes y las ideas bullen en las cabezas y en las tripas de las personas. Nuestros ojos se han cargado de los paisajes estivales, nuestro cerebro ha hecho el hueco necesario, limpiando la caché que nos agotaba tanto arrastrar en junio. Estamos de nuevo en la línea de salida.
En el Rincón Lento, un pequeño proyecto de transformación social de Guadalajara, también sentimos ese pálpito, esa llamada a la acción que tiene el arranque del curso, y que, desde hace ya quince años, hacemos en colectivo, al amor del brasero de lo común.
Si pudierais mirar por un agujerillo, veríais cómo se llena la tienda con los colores de las frutas y verduras de temporada, pintando bodegones en cada compra sobre el mostrador. Veríais el fluir de cajas y pedidos de libros, llenando los estantes de historias nuevas, ésas que hablan de otros mundos posibles. Contemplaríais el ir y venir de las artesanas, colocando sus escaparates con alegría. Escucharíais el jolgorio de niñas y niños jugando en cada rincón del local, mientras algún perro duerme la siesta, perezoso y paciente. Comprobaríais que una vez más, la propuesta de actividades semanal en este ecosistema lento -teatro, yoga, biodanza, bebeteca, creatividad, clubes de lectura, encuadernación, escritura creativa…- va llenando sus sesiones y el apretado horario de nuestras salas.
El otoño es un tiempo lleno de generosidad en la huerta, tiempo de recolección de manzanas, calabazas, de las primeras mandarinas. Es un tiempo generoso también en los afectos. Nos alegramos de reencontrarnos, de trazar nuevos proyectos. Buscamos las formas de pensar juntas delante de un café, de vernos, de poner en común lo que se nos ocurrió mientras las horas del verano caían despacio sobre nosotras.
El otoño explota además en un sinfín de propuestas culturales que se sembraron mucho antes, y que recogen ahora los frutos del trabajo de asociaciones y profesionales que nutren una programación diversa, creativa, llena de posibilidades de crecimiento y pensamiento crítico. Comenzamos además a recibir a los centros educativos, que vienen a hacer talleres de sensibilización en consumo responsable y educación ambiental desde el disfrute y el juego.
Si pudierais volver a la mirilla imaginaria de nuestra puerta, veríais al corro de esparto reunirse en el sótano como cada martes, los cestos llenos de fibras que mojan poco a poco en un barreño.
Eso que no se ve, y que pasa cuando las personas se juntan a hacer tareas con las manos, dejando que la mente libere y comparta, es un material sensible, valioso. Flexible como el esparto, es la comunidad enredándose y reconociéndose en la persona que tienes al lado.
Cuando hablamos con gente de la red, que comparte la misma base de valores y objetivos de la economía social y solidaria, nos fortalecemos; sabiendo que, en cada municipio, en cada ciudad de la región, hay pequeños faros iluminando un camino común. La utopía, nuestros ideales como un haz de luz que nos ilumina a lo largo del año. Los espacios colectivos donde la gente se encuentra para hacer barrio. La utopía como faro, en esta tierra sin mar.
Ana Ongil Escribano (Trabajadora de El Rincón Lento)